Terror
¡Maldita
sea! No se porque me dio por quedarme hasta tan tarde en ese sucio y maloliente
bar, hablando mierda con ese grupo de borrachos degenerados y con aspecto de
mendigos. Allá estarán; echando humo
como locomotoras viejas y pelando sus amarillentos, deformes, sucios y escasos
dientes. ¡Pendejo que es uno! Aguantar
ese olor acre de sus sobacos y el sudor añejo de sus raídos trapos.
La
luz macilenta y triste de la bombillita cubierta de polvo, cagada por las moscas, y
tan vieja que da la impresión de querer
irse a descansar ya al bote de la basura, hace
que todo se vea entre penumbras.
Pero allá, al menos estaba a salvo
de sufrir este terror que me tiene casi loco ¡No joda! ¡Pero bueno! Que
vamos a hacer, si cuando uno se emborracha no le tiene miedo a nada, ni a
nadie. ¡No! ¡No! Eso no es cierto. O si no, véanme aquí tendido en mi decrépito catre temblando no se
si de frío o de miedo.
¡Estoy
que me orino! ¡Pero no! Mejor me aguanto
o me orino aquí mismo. Si me levanto, de pronto me encuentro nuevamente con esa
cosa ¡No! ¡Aquí me quedo!
Tengo
una sequedad horrible en la garganta, el frío me cala hasta los huesos y el
viento helado se cuela por mi pobre ¡Que pobre! Miserable pieza. Y los otros
cuatro desgraciados allá, jartando aguardiente de contrabando,
burlándose hasta de la madre y rascándose la sarna que les corroe el cuero.
Pero ellos, al menos están tranquilos.
¡Oh!
¡Que relámpago fuerte! Todo se ilumina
como un infernal fogonazo. Los opacos vidrios de la vetusta ventana dejan ver una sombra afuera; mejor me cubro
la cara con mi cobija. El trueno que sigue hace tintinear los vidrios y temblar el
contorno. El viento huracanado que gime en las oquedades, desgarra la copa del árbol del patio. Algo infernal
cubre mi espacio. Porqué tuve que venirme, si sabía que el camino era oscuro,
largo, solitario y cubierto de fango. Si muchas veces me aconsejaron no pasar por aquella mata de
guadua después de la media noche. ¡Bruto que es uno que no oye consejos! O el trago, que nos hace valientes, como
pensé antes.
¿Que
va llover? ¡Que me importa! ¡Cuidado en el guadual! ¡Váyase al diablo! ¡Yo me
voy! y me vine ¡Maldita sea! Y aquí
estoy, enfangado, mojado de pies a cabeza, y sintiendo nuevamente en mi nariz ese aliento fétido y caliente con olor a carroña que pronunció mi nombre ¡Doroteoooooo! cerquita de mi cara al pasar
por el guadual. Y esa mano grande que me empujó e hizo caer de bruces entre el
fango. Con sus uñas largas y afiladas que
despedazaron mis harapos rasgándome las carnes.
¡Sí!
creo que me puse de pie y corrí y corrí
y corrí como nunca lo había hecho. En mi sopor aguardentoso, me acuerdo
de Cristo y sigo corriendo, chapuceando barro,
resbalando hasta quedar gateando, me
levanto nuevamente, miro hacia atrás, algo que no veo me persigue, me acosa, me
aterra. Ahora caigo de espaldas entre el
aguado fango. ¡Allí está! Vestido de negro. Bajo su sombrero de ancha ala veo
sus ojos como carbones encendidos ¡Oh no! Que alto es. Su capa
azabache flamea con el enfurecido viento. Ya no estoy embriagado ¡Logro
fugarme! y sigo en mi enloquecida y zigzagueante carrera. ¡Que largo es el
camino! ¿Y la llave? ¿Donde está la maldita llave? ¡Por fin la
bendita llave!
Entro
y de un salto caigo sobre mi
desvencijado lecho. ¡Y aquí estoy ya! Pero esa cosa está por aquí, siento su presencia. Y los malditos allá en
el bar cagados de la borrachera; pero sin
miedo.¡Oh!
¡Aquí está otra vez! De pie junto a mi lecho. Sus ojos como brasas. El
relámpago deja ver su rostro… La calavera blanquea. Y esas manos huesudas, de
uñas largas y filosas como navajas que se acercan a mi garganta, que me
aprietan, que me ahogan, que me matan.
¡A
g..g..g..g..g. g!