viernes, 18 de noviembre de 2022

En Halloween

 

Terror

 


¡Maldita sea! No se porque me dio por quedarme hasta tan tarde en ese sucio y maloliente bar, hablando mierda con ese grupo de borrachos degenerados y con aspecto de mendigos. Allá estarán; echando  humo como locomotoras viejas y pelando sus amarillentos, deformes, sucios y escasos dientes. ¡Pendejo que es uno!  Aguantar ese olor acre de sus sobacos y el sudor añejo de sus raídos trapos. 

 La luz  macilenta y triste   de la bombillita  cubierta de polvo, cagada por las moscas, y tan vieja que  da la impresión de querer irse a descansar ya al bote de la basura, hace  que todo se vea entre penumbras.  Pero allá, al menos estaba a salvo  de sufrir este terror que me tiene casi loco ¡No joda! ¡Pero bueno! Que vamos a hacer, si cuando uno se emborracha no le tiene miedo a nada, ni a nadie. ¡No! ¡No! Eso no es cierto. O si no, véanme aquí  tendido en mi decrépito catre temblando no se si de frío o de miedo.

 ¡Estoy que me orino! ¡Pero no!  Mejor me aguanto o me orino aquí mismo. Si me levanto, de pronto me encuentro nuevamente con esa cosa  ¡No! ¡Aquí me quedo!

 Tengo una sequedad horrible en la garganta, el frío me cala hasta los huesos y el viento helado se cuela por mi pobre ¡Que pobre! Miserable pieza. Y los otros cuatro  desgraciados  allá, jartando aguardiente de contrabando, burlándose hasta de la madre y rascándose la sarna que les corroe el cuero. Pero ellos, al menos están  tranquilos.

 ¡Oh! ¡Que relámpago fuerte!   Todo se ilumina como un infernal fogonazo. Los opacos vidrios de la vetusta ventana  dejan ver una sombra afuera; mejor me cubro la cara  con mi cobija. El trueno que  sigue hace tintinear los vidrios y temblar el contorno. El viento huracanado que gime en las oquedades, desgarra  la copa del árbol del patio. Algo infernal cubre mi espacio. Porqué tuve que venirme, si sabía que el camino era oscuro, largo, solitario y cubierto de fango. Si muchas veces me  aconsejaron no pasar por aquella mata de guadua después de la media noche. ¡Bruto que es uno que no oye consejos!  O el trago, que nos hace valientes, como pensé antes.

 ¿Que va llover? ¡Que me importa! ¡Cuidado en el guadual! ¡Váyase al diablo! ¡Yo me voy! y me vine  ¡Maldita sea! Y aquí estoy, enfangado, mojado de pies a cabeza, y sintiendo  nuevamente en mi nariz  ese aliento fétido y caliente  con olor a carroña que pronunció mi nombre  ¡Doroteoooooo! cerquita de mi cara al pasar por el guadual. Y esa mano grande que me empujó e hizo caer de bruces entre el fango. Con sus uñas largas y afiladas que  despedazaron mis harapos rasgándome las carnes.

 ¡Sí! creo que me puse de pie y corrí y corrí  y corrí como nunca lo había hecho. En mi sopor aguardentoso, me acuerdo de Cristo y sigo  corriendo, chapuceando barro, resbalando hasta quedar  gateando, me levanto nuevamente, miro hacia atrás, algo que no veo me persigue, me acosa, me aterra.  Ahora caigo de espaldas entre el aguado fango. ¡Allí está! Vestido de negro. Bajo su sombrero de ancha ala veo sus ojos como carbones encendidos ¡Oh no! Que alto es.  Su capa  azabache flamea con el enfurecido viento. Ya no estoy embriagado ¡Logro fugarme! y sigo en mi enloquecida y zigzagueante carrera. ¡Que largo es el camino!  ¿Y la llave?  ¿Donde está la maldita llave? ¡Por fin la bendita llave!

Entro y de un salto caigo sobre mi  desvencijado lecho. ¡Y aquí estoy ya! Pero esa cosa está por aquí,  siento su presencia. Y los malditos allá en el bar cagados de la borrachera; pero sin  miedo.¡Oh! ¡Aquí está otra vez! De pie junto a mi lecho. Sus ojos como brasas. El relámpago deja ver su rostro… La calavera blanquea. Y esas manos huesudas, de uñas largas y filosas como navajas que se acercan a mi garganta, que me aprietan, que me ahogan, que me matan.

¡A g..g..g..g..g. g!