La cañada de los muertos
Llegaron por el camino principal. Eran cuatro. No hablaron. Sólo se apearon. Amarraron sus monturas en el enchambranado. Entraron a la cantina silenciosa, silenciosa y solitaria, solitaria y triste, triste y vieja. Viejísima como la familia que había habitado aquel caserón destartalado y polvoriento desde tiempos inmemorables. Tomaron asiento. La mesa de madera roída por los años y por el uso, emitió un ruido extraño al sentarse los cuatro hombres llegados de la cordillera..
-Son desconocidos- dijo la vieja Toña a su nieta antes de salir a
atender a sus únicos clientes.
-Queremos cerveza- Dijo quien parecía ser el jefe. La vieja
arrastrando sus pies cansados, hinchados y deformes por los años y el trabajo,
fue al mostrador, tomó cuatro cervezas, sacudió las telarañas que las cubrían y
las llevó a la mesa donde los hombres miraban con nerviosismo hacia el camino
cubierto de polvo y de pequeños barrancos.
La nieta, por entre los rotos de la cortina, observaba con ojos
saltones. Le pareció reconocer en aquellos hombres a los que varios años atrás,
habían asesinado a su familia arrojándolos a la cañada de los muertos donde
tendrían que podrirse, por que allí, en aquel lugar maldito, ni las aves
carroñeras hacían presencia.. No estaba segura.
Pero extrañamente un profundo temor le invadió el alma. Su abuela Toña no se
inmutó. Se dedicó a atender con pronta
lentitud a sus nuevos clientes.
-Es que los años embotan la memoria- Pensó la nieta.
- Por eso mi abuela no se acuerda- -¡Pero yo sí-
-¿Usted es de la familia de Gumersindo Uchibanco?
-¡Sí!, ¡Así es!- Al responder, una honda tristeza se reflejó en su
mirada.
-¡Si señor!- Prosiguió la anciana. – A él, a mi único hijo, lo mataron
en compañía de toda su familia hace ya varios años-.
Afuera el silencio era pesado,
tan pesado, que parecía que una terrible carga pendiese sobre aquel paraje. El
calor se filtraba por entre el aire de la estación seca que se había prolongado
mucho.
¿Queda alguien más con vida de
la familia de Gumersindo Uchibanco? Preguntó otro de los hombres que habían
bajado de la cordillera.
-Sí señor- respondió la vieja. –Queda mi nieta-, -de la familia de mi
hijo Gumersindo, solo quedamos mi nieta y yo-…. –yyyy …¿Vive su nieta con
usted?- -Sí señor- respondió la vieja Toña.
-¡Llámela! Ordenó el hombre.
-¡Juanitaaa!- Llamó la anciana, e inmediatamente apareció por la
puerta, haciendo a un lado la ruinosa cortina una mujer tan joven que aún
parecía una niña.
–Aquí estoy abuela- respondió nerviosa la joven. En su rostro apareció
una palidez comparable solo con la de la muerte.
.-Hay que buscar y desaparecer
todo residuo del apellido Uchibanco, hay que lanzarlos al infierno, que
paguen entre todos el crimen de haberse rebelado contra su señor, hay que
matarlos a todos aunque al final quede totalmente llena la cañada de los
muertos-.
Y ahí van los cuatro jinetes a cumplir la orden. Tienen que seguir
buscando hasta desaparecer el apellido maldito. Para ellos, sólo hay una voz
para obedecer. La voz del amo y señor de la región.
FIN