Danza fúnebre
en lejano
horizonte,
espesos nubarrones
anuncian la tormenta.
El viento
estremece con furia la arboleda
y el golpe del
relámpago azota el infinito.
Mi alma cual la
tarde se cubre de amargura,
te miro ahí,
envuelta en tu mortaja,
esa paz en tu
rostro, parece que soñaras
y el negro de tus pestañas
contrasta con la
tersa blancura de tu frente.
No me hablas...
No me escuchas...
No me miras...
Y esta soledad
inmensa;
Y esta angustia
infinita;
y este dolor sin nombre
que me desgarra el
pecho.
La gente compasiva me mira y compadece.
Dime amor...
¿Qué voy a hacer
ahora, con estos nuestros hijos?
¿No ves que el
mayorcito no sabe que te has muerto?
No comprende que
en ti ya no existe la vida.
Con lastimeros
gritos te pide que despiertes;
el pobre
ingenuamente cree que estás dormida.
Mira...
La tierna
mujercita juega tranquilamente;
su alma angelical
no entiende la tragedia
y corre y brinca y
sonríe...
Dime...
¿Qué voy a
contestarle cuando por ti pregunte?
Y este, el más pequeño que duerme aquí en mis brazos,
ya no tendrá tu pecho con blancura de
lirio.
Ahora que despierte
exigirá tu seno;
no tendrá su
alimento y llorará de hambre.
Contesta...
¿Cómo he de
consolarle?
Ya te llevan al
frío campo santo
y yo me quedo
solo, solo, eternamente solo.
Te pido no te
vayas
No te lleves mi
vida,
No te lleves mi
alma.
Contéstame amor
mío.
Contesta
nuevamente,
¿Qué voy a hacer ahora,
con estos nuestros
hijos?.