sábado, 9 de abril de 2022

Para leer



La cañada de los muertos

Llegaron por el camino principal. Eran cuatro. No hablaron. Sólo se apearon. Amarraron sus monturas en el enchambranado. Entraron a la cantina silenciosa, silenciosa y solitaria, solitaria y triste, triste y vieja. Viejísima como la familia que había habitado aquel caserón destartalado y polvoriento desde tiempos inmemorables. Tomaron  asiento. La mesa de madera roída por los años y por e uso, emitió un ruido extraño al sentarse los cuatro hombres llegados de la cordillera..

-Son desconocidos- dijo la vieja Toña a su nieta antes de salir a atender  a sus únicos clientes.

-Queremos cerveza- Dijo quien parecía ser el jefe. La vieja arrastrando sus pies cansados, hinchados y deformes por los años y el trabajo, fue al mostrador, tomó cuatro cervezas, sacudió las telarañas que las cubrían y las llevó a la mesa donde los hombres miraban con nerviosismo hacia el camino cubierto de polvo y de pequeños barrancos.

 

La nieta, por entre los rotos de la cortina, observaba con ojos saltones. Le pareció reconocer en aquellos hombres a los que varios años atrás, habían asesinado a su familia arrojándolos a la cañada de los muertos donde tendrían que podrirse, por que allí, en aquel lugar maldito, ni las aves carroñeras hacían  presencia.. No estaba segura. Pero extrañamente un profundo temor le invadió el alma. Su abuela Toña no se inmutó. Se dedicó a atender con  pronta lentitud a sus nuevos clientes.

-Es que los años embotan la memoria- Pensó la nieta.

- Por eso mi abuela no se acuerda- -¡Pero yo sí-

 Quien parecía ser el jefe, llamó a la vieja. Sin levantar la mirada, preguntó a la abuela:

-¿Usted es de la familia de Gumersindo Uchibanco?

-¡Sí!, ¡Así es!- Al responder, una honda tristeza se reflejó en su mirada.

-¡Si señor!- Prosiguió la anciana. – A él, a mi único hijo, lo mataron en compañía de toda su familia hace ya varios años-.

Afuera el silencio era  pesado, tan pesado, que parecía que una terrible carga pendiese sobre aquel paraje. El calor se filtraba por entre el aire de la estación seca que se había prolongado mucho.

¿Queda  alguien más con vida de la familia de Gumersindo Uchibanco? Preguntó otro de los hombres que habían bajado de la cordillera.

-Sí señor- respondió la vieja. –Queda mi nieta-, -de la familia de mi hijo Gumersindo, solo quedamos mi nieta y yo-…. –yyyy …¿Vive su nieta con usted?- -Sí señor- respondió la vieja Toña.

-¡Llámela! Ordenó el hombre.

-¡Juanitaaa!- Llamó la anciana, e inmediatamente apareció por la puerta, haciendo a un lado la ruinosa cortina una mujer tan joven que aún parecía una niña.

–Aquí estoy abuela- respondió nerviosa la joven. En su rostro apareció una palidez comparable solo con la de la muerte.

 Tres de los hombres se levantaron de sus asientos. Salieron a observar el camino. Por el lado derecho solamente se veía la soledad y el silencio. Por el   izquierdo, parecía que únicamente hubiera transitado la muerte durante muchos años. Los disparos que se escucharon dentro de la cantina no alcanzaron a ser oídos en las otras casas por encontrarse demasiado distantes entre sí. Los cuatro hombres partieron de aquel lugar cabalgando sus monturas, dejando los dos cadáveres en el fondo de la cañada de los muertos.

 

Habían cumplido lo dicho por el señor, por el  amo de la comarca quien antes de partir les había ordenado.

.-Hay que buscar y desaparecer  todo residuo del apellido Uchibanco, hay que lanzarlos al infierno, que paguen entre todos el crimen de haberse rebelado contra su señor, hay que matarlos a todos aunque al final quede totalmente llena la cañada de los muertos-.

 

Y ahí van los cuatro jinetes a cumplir la orden. Tienen que seguir buscando hasta desaparecer el apellido maldito. Para ellos, sólo hay una voz para obedecer. La voz del amo y señor de la región.

 

FIN

 Antonio Marín E.